La piel del rostro es la que está más expuesta a agentes externos como el sol, la contaminación o los cambios de temperatura, pero también a otros factores internos, como nuestra alimentación, el estrés, las horas de sueño, etc…
Hay que cuidarla para que no se deteriore, perdiendo frescura y luminosidad. Por eso las higienes faciales son indispensables, sea cual sea el tipo de piel y edad, como tratamiento previo a otros protocolos que vengan después, ya que los resultados serán mucho mejores si la hemos preparado antes.
También es importante realizarlas de forma periódica según requiera cada persona, para obtener una piel limpia, sin impurezas, elástica y libre de células muertas.
Este protocolo, creado con el objetivo de obtener la máxima eficacia sin ningún tipo de agresión ni irritación, nos devuelve una piel luminosa, libre de impurezas e hidratada.